21 septiembre 2023

ReLecturas: Hubert Reeves - Malicorne

Reflexiones de un observador de la naturaleza

Mi reciente jubilación me ha conducido a la relectura de algunos libros de los que por distintas causas tengo un especial recuerdo. El último “Malicorne. Reflexiones de un observador de la naturaleza” del astrofísico canadiense arraigado en Francia Hubert Reeves. Publicado originalmente en Francia en 1990, la primera edición en castellano es de 1992. Lo leí por primera vez en abril de 1993, durante los reposos de las caminatas por las lagunas de Neila y el nacimiento del río Arlanza en donde en un descuido mientras estaba enfrascado en su lectura, una vaca me robó unas mandarinas.

Reeves es un científico de primer nivel y uno de mis divulgadores favoritos. Admiro su gran capacidad de transmitir conocimiento de forma amena creando interés por saber más y agradezco la generosidad con la que comparte las reflexiones de su excepcional mente.

 

Me complace especialmente la forma en que Malicorne está escrito, su coherencia armoniosa con el contenido trasmitido. Impregnado de lirismo, refleja perfectamente los conocimientos y la sensibilidad de su autor. Reeves nos trasmite sus meditaciones sobre el cosmos, el ser humano y él mismo, sobre la ciencia, el arte y la religión, hilvanados como el relato de las reflexiones producidas por la contemplación en sus paseos de la naturaleza más cercana a su lugar de residencia, de donde toma el título. El subtítulo “Reflexiones de un observador de la naturaleza” condensa magníficamente la extensión y profundidad de su contenido.

 

Según el propio Reeves, Malicorne está dedicado a “las relaciones entre ciencia y cultura; entre lo que se sabe y lo que se hace”. En su primera parte explora cómo la visión científica y la visión poética del mundo, lejos de excluirse, se integran para percibir su verdadera riqueza. La segunda hace un repaso de cómo a lo largo de la historia ha ido cambiando la forma en la que el pensamiento científico ha considerado la libertad y la creatividad hasta llegar a la reconciliación de los científicos contemporáneos con ambos conceptos. La tercera parte desgrana reflexiones sobre cómo los conocimientos científicos aportan nuevos matices al contemplar algunas actividades humanas como la creación artística, la legislación y el pensamiento religioso.


© Pierre Kitmacher
en www.hubertreeves.info

Una de las reflexiones de Reeves que más me ha hecho meditar ha sido que la ciencia y el arte, con un mismo origen, surgen como reacción frente a la angustia vital. El psicoanálisis lleva a Reeves a buscar el origen del pensamiento humano fuera del pensamiento y encuentra en el  inconsciente la fuente común de la lógica -ciencia- y de la poesía –arte-.  Para Reeves el encuentro entre la realidad interior y exterior inicia la actividad mental en el niño; de la misma manera que el juego alivia en el niño la angustia frente al mundo exterior y la tensión creada por la necesidad de enfrentarse a él, en el ser humano como especie, “el telescopio sucede al osito de peluche”. Es en esta aceptación progresiva de la realidad como tarea sin fin donde está el origen de la creatividad e inventiva del ser humano; ciencia, arte y religión, cada una a su manera, remodelan la realidad exterior y hacen soportable la vida.

Una de las ideas sobre las que Reeves hace más hincapié es el aumento de la complejidad que caracteriza a la evolución del cosmos. Subraya como claves para entender esta evolución la elaboración de las teorías del caos determinista y el descubrimiento de la expansión rápida y del enfriamiento del universo; la expansión es demasiado rápida para preservar los estados de equilibrio que son estériles; los desequilibrios posibilitan al cosmos enriquecerse en diversidad.

Reeves, reconciliando azar y necesidad como ambos indispensables para el crecimiento de la complejidad,  presenta un cosmos sometido a leyes deterministas e invariantes que pueden producir resultados diversos y dan opción a la creatividad. Esta indeterminación parcial de la naturaleza hace posibles las condiciones para crear lo inédito.

Recuerdo con deleite el impacto que me produjo la introducción que Reeves hace de algunos conceptos básicos como “sensibilidad a los datos iniciales”, “dependencia lineal y no lineal” y “horizonte predictivo” utilizando de forma magistral un ejemplo supuesto de tres relojes con distintas precisiones. Fue mi primer contacto con el caos determinista que cambió profundamente la forma mecanicista de ver la realidad que me llevé de mi paso por el instituto y las ideas de exactitud, certidumbre e infalibilidad, de las matemáticas en particular y de la ciencia en general, que dejaron mis estudios universitarios.

En el análisis que Reeves hace de la inserción de la creación artística en la trama de la evolución cósmica me parecen muy interesantes las analogías que establece entre ambas hasta presentar al artista como un “obrero” de la innovación al servicio de la naturaleza; como el mecanismo que utiliza para prolongar su actividad creativa. Reeves presenta el concepto de “belleza” como una experiencia íntima entre el yo y el universo: “al universo le debo la posibilidad interior de admirar la belleza y los elementos exteriores de belleza que admirar”.

Considero destacable la visión de Reeves sobre la preocupación ecológica, especialmente en estos tiempos en los que abunda el negacionismo de las evidencias científicas. Contempla al ser humano como producto de la evolución biológica que puede desobedecer las órdenes genéticas y aniquilarse a sí mismo; la naturaleza, llevada por su estrategia de crear lo más complejo y lo más eficaz, ha puesto en el mundo una especie que está en condiciones de exterminar la vida sobre la Tierra. Considera al ser humano, al percibir tal amenaza, como la “conciencia” de la naturaleza. Señala que la ciencia, además de conocimiento sobre cómo está hecho el mundo, facilita información que ilumina nuestras decisiones morales.

De las disquisiciones de Reeves sobre la religión y su relación con la ciencia me han hecho reflexionar especialmente su visión crítica de la desmesurada confianza en el poder del pensamiento conceptual y su concepción integradora de ciencia, arte y actividad religiosa como reconstrucciones del mundo que ofrecen la posibilidad de incorporar en un marco coherente los acontecimientos de la vida ante la necesidad de paliar la angustia de la muerte. Para Reeves, con nuestro conocimiento científico, “Dios se sitúa en el nivel de las preguntas, ya no en el de las certezas. Su lugar está en el viaje interior de cada uno de nosotros“.

 

Una relectura siempre es un viaje personal en el tiempo, un encuentro con tu yo del pasado. Se puede decir que en los treinta años que median entre las dos lecturas de este libro, como el cosmos, he “evolucionado” incrementando la complejidad de mi vida. Posiblemente haya llegado la hora de simplificar y, jugando con otro de los títulos de Reeves, embriagarse con lo esencial.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario